“Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad" (Confucio).

Las velas han sido herramientas cotidianas para conjurar la oscuridad de la noche, han sido servidoras de la Luna e incluso valerosas sustitutas. Han sido testigos imprescindibles de grandes ceremonias y testimonios de respeto. Iluminan con su titileo la mirada de la persona amada, que espera nuestra confesión de compromiso para el futuro. Los cirios expresan la fe del devoto que ruega por la intercesión del Santo para conseguir su propósito. Una vela grande traduce un agradecimiento grande del que ha sido bendecido y tiene el corazón lleno de gratitud. El chasquido de una cerilla contra el áspero rascador inicia el ritual de un deseo por cumplir. Las velas son ahora sustituidas por luces coloridas sobre los árboles de Navidad. En los países nórdicos las chicas llevan coronas con velas y flores en el solsticio de verano.

Aunque las usamos como sinónimos hay pequeñas diferencias entre una vela, un cirio, una bujía y un velón.
Una vela en principio tendría forma cilíndrica y sería un combustible sólido: cera, parafina, estearina o grasa de origen animal, dispuesto alrededor de una mecha o pabilo.
Un cirio sería una vela de cera, larga y gruesa: el más conocido en nuestra cultura sería el cirio pascual que, al ser muy grande, arde desde el Sábado Santo hasta la Ascensión.
La bujía es una vela de cera blanca, de esperma de ballena o estearina, que suele producirse por inmersión sucesiva de la mecha en el combustible hasta la consolidación de cada una de las capas.
Un velón es una vela gruesa que suele estar protegida y puede fabricarse mediante un molde.

“Hay dos maneras de difundir la luz: ser la vela o el espejo que la refleja” (Edith Wharton)”

El gran pintor aragonés Goya colocaba unas velas sobre el ala de su sombrero a  modo de iluminación portátil. Grandes obras maestras del arte, de la literatura, del pensamiento y del saber han nacido al calor de las llamas de un candil o de una vela. Su existencia, o no, marcaba las posibilidades humanas de desafiar el ciclo natural del sol y la luna. Conquistar la noche sólo es posible con la ayuda de la luz.  Conjurar los miedos y desterrar la ignorancia son dos de los grandes méritos de la luz. Al hecho de generar una nueva vida se le llama “dar a luz”. A la época en la que se salió del oscurantismo medieval se la llamó “el siglo de la luces”.  Nuestra cultura occidental debe muchísimo a creadores, filósofos, escritores y artistas que nacieron y vivieron en países con pocas horas de luminiscencia solar en invierno. Nuestros saberes primigenios se forjaron bajo una luz tan tenue que impedía realizar tareas con detalle. ¿Qué hubiera hecho la humanidad sin las velas?